lunes, 1 de febrero de 2010

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Y cómo empezar?

Estaba pensando que la mierda que uno come no es fácil de vomitar, como tampoco lo son las carcajadas y sonrisas. Rojo nunca supo cuanto llegué a alejarme de él, ni del miedo que llegó a crecer entre los dos.

Hoy vino, reía, reía mucho, se le antojó cantar y se acercó mirándome a los ojos, pasó su brazo alrededor de mi cuerpo y me botó al piso, me abrazo con su otro brazo y me dió vueltas por toda la casa, yo lloraba y me dolían los cachetes por la incontrolable risa que salía de todo mi cuerpo, Rojo descansaba en mi cuello y lloraba también, jugaba con sus piernas a mantenerme lo más cerca posible de su lado pero sin hacerme daño, cantaba, cantaba “en este segundo soy feliz, soy feliz y tu lo eres también” le besé la frente y abracé su cabeza esparciendo con sus lagrimas el maquillaje.

-Te extrañé.

-Sólo vine a bailar contigo.

-Cuánto tiempo nos queda?

-Tal vez una hora, tal vez menos. Te quiero princesa, quédate conmigo

-No sé cómo hacer, ayúdame Rojo, ayúdame.

Rojo me abrazó y yo sentí como ardían mis ojos por el maquillaje y las lágrimas, me abrazó y sentí como el corazón saltaba para salirse de mi cuerpo, saltaba, gritaba, me hacía daño, me costaba respirar. Nos paramos uno frente al otro, tras un minuto de silencio nos rompimos a reir, nuestro maquillaje estaba arruinado por donde se viera, el pelo enredado y nuestras camisas blancas llenas de manchas, después de un tiempo volvimos a quedar en silencio, el acercó suavemente su mano y la puso en mi cara esparciendo suavemente lo que quedaba del labial rojo, yo sonreía y sollozaba un poco también, se acercó muy lentamente y rozó mis labios con los suyos, me dijo que no me preocupara que él estaría bien, que lo importante era que yo estuviera tranquila, que su partida me iba a doler mucho pero que las cosas tenían que ser así, yo alcé la mirada para ver su cara, nunca había visto tan triste a Rojo, nunca, besé sus mejillas empapadas por las lágrimas y besé sus labios, sentí que bailábamos así que tomé sus manos y las puse alrededor de mi cuerpo sin despegar mis labios de los suyos, luego abracé su cuello con las mías y me balanceaba y le decía al oído a Rojo que bailáramos.

Me sentí feliz, tanto que no pude dejar que se fuera, le dije que no hacía falta, que las cosas no tenían que ser así, que nos necesitábamos y lo sabíamos, que no dejara de bailar conmigo. Rojo me apretó contra su cuerpo, me besó una vez más y me dijo, te amo princesa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Y cómo empezar? ¿qué decir? Yo pensaba hoy justamente lo mismo: "la mierda que uno come no es fácil de vomitar, como tampoco lo son las carcajadas y sonrisas". Ahora sé cómo ponerlo en palabras, gracias!